Promo de la novela No soy un ángel

En este post les comparto el primer capítulo completo de mi novela No soy un ángel.

Sinopsis: 

Un ardiente encuentro en una fiesta de máscaras. Un secreto revelado. Un desengaño. Traición y venganza.

Valeria Benson, publicista en Nueva York, descubre que el suicidio de su padre fue consecuencia de una mezquina traición. Decidida a cobrar venganza, quedará atrapada en una encrucijada, pues Nolan Davenport, el hombre al que desea destruir, despierta en ella una irresistible atracción.

Nolan es el heredero de un imperio publicitario. Joven, atractivo y exitoso, es un hombre enigmático y solitario, con un hecho trágico en su pasado.

Capítulo 1:

Ángeles caídos

El largo vuelo de Londres a Nueva York no estaba siendo suficiente para calmar su mal humor y abatimiento. Le costaba aceptar que su madre le hubiera ocultado durante tanto tiempo la verdad, aunque si era sincera consigo misma, en el fondo siempre sospechó que había algo más detrás de la muerte de su padre. Tal vez ella misma no había querido verlo.

—¿Desea algo de beber, señorita? —preguntó la azafata.

—Un whisky con hielo por favor.

—Enseguida.

Recibió su bebida, y mientras le daba un primer trago, contempló a través de la ventana cómo caía la oscuridad de la noche. Los colores naranjas y dorados del atardecer cedían espacio poco a poco al azul intenso que cubría con su manto cada resquicio. Siempre había sido el atardecer su hora preferida del día. Un día más que terminaba, una jornada más que se iba entre los dedos, en manos del tiempo. Siempre implacable, incesante, infinito…

Aún no había decidido qué hacer, pero ciertamente, no pensaba quedarse cruzada de brazos ante la revelación que le hizo su madre.

«Tienes que serenarte, tómate un tiempo para pensar, no hagas nada precipitado», le había aconsejado su amiga Andrea unos días antes, cuando Valeria la llamó desde Londres, muy alterada, para contarle su situación. Lo cierto es que Valeria y su madre nunca habían estado muy unidas. Ella era práctica, organizada y responsable. Su madre, no. Desde niña sentía con frecuencia que ella era la adulta y su madre la joven inmadura, siempre haciendo castillos en el aire, creyendo historias absurdas o simplemente, viviendo en una burbuja. Aunque sus personalidades habían sido opuestas y eso las llevaba a tener muchos choques y pocas afinidades, eso no mitigaba el dolor que sentía por su muerte. Se querían, y mucho. Físicamente, sin embargo, eran como dos gotas de agua. Valeria había heredado la belleza de Silvia: Sus ojos ambarinos, su cabello lacio color miel y su cuerpo delgado, pero con las curvas precisas en los lugares indicados.

Hacía tres meses que Valeria había recibido una llamada de su tía Alicia para darle las malas noticias sobre el estado de salud de su madre. El cáncer estaba muy avanzado y los médicos le daban tan sólo unos meses de vida.

Frase de No soy un ángel

Valeria renunció a su empleo en Nueva York en la agencia de publicidad Smith & Williams, donde trabajaba como creativa, para poder cuidar a su madre a tiempo completo. Era hija única y aunque Silvia contaba con la compañía de su hermana Alicia, quien se había mudado a vivir con ella tras su divorcio seis años atrás, su madre la necesitaba, y Valeria también necesitaba estar con ella.

Habían sido unos meses muy dolorosos. Ver a su madre, siempre jovial, consumirse poco a poco por la enfermedad, le había partido el alma. Y sumado a eso, la revelación sobre su padre, era demasiado. Sólo quería olvidar todo, aunque fuera por unas horas. Y eso pensaba hacer, en brazos de Bruno.

 

***

Dos semanas atrás…

 —Val, acércate, tengo que decirte algo —le dijo su madre con voz queda y susurrante, que era la única forma en que hablaba últimamente.

—Mamá, no hagas esfuerzos, sabes que te agotan demasiado.

—¿Qué más da, hija? Las dos sabemos que el tiempo es el que se me agota, haga o no esfuerzos. No pongas esa cara, mi amor. He tenido tiempo para hacerme a la idea; estoy tranquila. Y es importante lo que tengo que decirte.

Valeria suspiró profundamente para calmarse y no llorar. Se sentó en la cama al lado de su madre y le tomó las manos con cariño.

—¿Qué es lo sucede mamá, qué es tan importante?

—Es… sobre tu padre.

Su padre. Ese era un tema prácticamente prohibido en la familia. A los doce años ella había sido enviada a estudiar al extranjero, y sólo visitaba a sus padres en Londres durante las vacaciones de verano y la temporada navideña. Cuando la tragedia ocurrió, ella tenía dieciséis años.

Enviaron por ella de inmediato; recordaba todo como una terrible pesadilla y en cámara lenta. Su madre desconsolada, el incesante ir y venir de amigos y conocidos, y la foto en la prensa local del cuerpo de su padre en su ataúd. «Fallece destacado empresario», señalaban los titulares impresos.

«¿Por qué, por qué?», se había preguntado una y mil veces. Según le habían explicado entonces, había tenido un severo revés en los negocios y no pudo sobrellevarlo. Pero su padre no era así de débil. Valeria no concebía la idea de que se hubiera rendido de esa manera, de que hubiera decidido acabar con todo en vez de luchar por levantarse, y prefiriera dejarlas a ellas dos solas y desamparadas.

Robert Benson siempre había sido un hombre trabajador. Desde pequeño había demostrado ser inquieto e inteligente. Nacido en una familia inglesa de clase media, tuvo la oportunidad de estudiar y de ir a la universidad. Eligió el ramo publicitario, y a los pocos años de desempeñarse en la agencia como creativo, una vez que logró destacar y aprender los tejes y manejes del sector, decidió iniciar su propia empresa. Pero en la aventura no estaba solo, tenía un socio: Hunter Davenport. Hunter no sólo era su socio, era también su mejor amigo. Se conocieron en la universidad. Discutieron acaloradamente en un debate en clase y desde ahí se volvieron inseparables.

Sin embargo, trabajar hombro con hombro no resultó como esperaban. Discutían todo el tiempo y tenían puntos de vista opuestos en casi todas las decisiones administrativas y creativas. Así que, por el bien de sus negocios y de su amistad, desbarataron la sociedad y cada cual siguió por su lado. Sus respectivas agencias eran ahora rivales, peleando por crecer y sobresalir en el competido mundo de la publicidad.

Para cuando Robert se quitó la vida, su agencia, RB Creative, había logrado ser una de las más importantes de la ciudad. Valeria recordaba que gracias a la empresa de su padre, ella había tenido una vida holgada, llena de oportunidades, estudios en institutos de prestigio y viajes. Fue en los últimos años cuando las cosas empezaron a ir muy mal. Los gastos que se le permitían comenzaron a ser más restringidos y cuando visitaba a sus padres, ya no sonreían como antes; estaban tensos y preocupados. Pero a pesar de eso, Valeria no imaginó ni por un momento que la situación profesional y económica de su padre fuera tan grave como para llevarlo al suicidio.

—¿Recuerdas… lo que sucedió con el negocio de tu padre? —le preguntó Silvia, con cautela.

—Sí, lo perdimos todo, por una mala administración, según nos explicaron.

—Pues no fue así, Val. La razón de la quiebra que lo llevó a la muerte no fueron malas decisiones suyas, fue una persona. Hunter Davenport.

***

Desde que Robert y Hunter tomaron caminos separados, su amistad comenzó a resquebrajarse. Se reunían una vez al mes para tomar una copa, tratando de mantener la tradición. A Robert le entusiasmaban esos encuentros, porque no quería perder a su amigo por causa de los negocios, pero pronto empezó a notar cambios en él. Hunter se mostraba cada vez más competitivo y hostil. No podía ocultar su molestia cada que Robert ganaba una cuenta importante y trataba de restarle importancia con comentarios hirientes.

Después de que la agencia de Robert ganara un destacado reconocimiento, Hunter comenzó a poner pretextos para aplazar los encuentros, hasta que dejaron de reunirse.

Poco después de que los antes grandes amigos dejaran de frecuentarse, los negocios de Robert empezaron a ir mal.

No entendía lo que pasaba, pero comenzó a perder cuentas sin razón aparente, y la administración también presentaba inconsistencias. Los clientes que antes lo respetaban y admiraban ahora le daban la espalda. Gente importante del gremio dejó de invitarlo a los grandes eventos y su propio personal parecía no dar los resultados que acostumbraba.

Fueron varios años de lucha y de ver cómo lo que había construido con tanto trabajo y cariño, se iba desmoronando poco a poco y sin entender por qué.

Cuando Robert descubrió que una campaña de D&D que obtuvo reconocimiento internacional era muy similar a un proyecto suyo que no había podido concretar, decidió recurrir a un especialista externo para que auditara sus propias cuentas, investigara a su personal y descubriera qué estaba fallando. Tenía el presentimiento de que algo retorcido sucedía. Y no se equivocó. El investigador encontró que su administrador de confianza había estado desfalcando a la empresa por años. También había hecho de soplón compartiendo información privilegiada con la competencia. Con Hunter Davenport, para ser precisos. Robert no podía creerlo. Sabía que su relación con Hunter ya no era lo que un día fue, pero a pesar de su distanciamiento, lo seguía considerando un profesional; alguien decente y ético. Tenía que haber un error.

Cuando buscó a su administrador para aclarar las cosas, ya no lo encontró. El hombre abandonó el país y no había manera de dar con él. Sus datos eran falsos, y tal vez Jonathan Taylor no era su verdadero nombre tampoco. O se lo había cambiado al huir.

Temblando de angustia, odio y shock, Robert había ido directamente a ver Davenport, para salir de dudas de una vez por todas. En lo que esperaba a que Hunter lo recibiera se encontró con su hijo, Nolan, quien ahora era socio de la agencia. El joven, después de la sorpresa inicial al verlo ahí, sólo le dedicó una mirada de desprecio, antes de salir por la puerta. Robert no entendía nada de lo que pasaba, pero seguía esperanzado en que hubiera una explicación. Pero todas sus esperanzas se hicieron trizas en cuanto Hunter lo recibió en su oficina, con una sonrisa cínica y autosuficiente, que le heló los huesos.

A Robert le bastó con mirarlo para entender que todo lo que había descubierto su investigador era verdad.

—¿Por qué, Hunter? —dijo el publicista, con los hombros hundidos y la mirada vidriosa. Sentía que sus piernas no le sostenían. Suspiró y se dejó caer en el sillón frente al escritorio de aquel.

—No es nada personal Robert, lo sabes, ¿no? Sólo son negocios —respondió Hunter, mientras encendía un puro.

—¿De qué diablos hablas? Esto no son negocios. Esto es sucio, ruin; no es digno de ti.

—No me vengas con sermones de moralidad, Benson. Para triunfar hay que echar mano de todas las armas.

—¡Pero me has arruinado! Con trampas, con fraudes…

—Tu empresa ha sido para mí una piedra en el zapato por mucho tiempo, lo reconozco. Tenía que tomar medidas drásticas. O eras tú o era yo. No hay lugar para sentimentalismos; no me iba a quedar sin hacer nada viendo que mi agencia se iba a la ruina, mientras la tuya florecía.

—Si tenías problemas, ¿por qué no me pediste ayuda, en vez de actuar como un criminal? Creí que éramos amigos —dijo Benson—. Acudiré a las autoridades. Esto no se puede quedar así y tú has incurrido en ilegalidades.

—Yo te aconsejaría no intentar nada contra mí. Podría salirte muy caro. ¿En serio crees que iba yo a ser tan descuidado para hacer algo así, sin protegerme? No me subestimes, Robert.

—¿Protegerte? ¿Cómo? —preguntó el publicista, sintiendo que una bomba peor estaba a punto de caerle encima.

—¿Es que no has notado cierto… rechazo hacia tu persona, en el sector? ¿No has notado que pierdes clientes, que gente con la que contabas ahora parece darte la espalda, que ya no te invitan a eventos donde antes eras indispensable?

—Sí… pero pensé que era mi imaginación, meras casualidades.

—No existen las casualidades, Robert. Me he encargado de ir minando, aquí y allá, tu reputación. La pieza final es involucrarte en un fraude de tales proporciones, que pasarías el resto de tu vida en la cárcel. No voy a entrar en detalles ahora, pero todo está listo para echarlo a andar en el instante en que comiences a darme problemas.

—Eso no es posible. Yo no he hecho nada ilegal, no podrías probarme nada.

—Sabes bien que el dinero compra favores y conciencias. Y el dinero es lo que me sobra ahora. Además de prestigio y poder. ¿Crees que puedes contra ello, Robert? ¿Crees que puedes derrotarme? Atrévete a intentarlo y veremos quién tiene la razón.

—¿En qué momento me convertí en un enemigo para ti?

Hunter se quedó callado por unos instantes en los que Robert creyó encontrar en sus ojos un atisbo del hombre que fue su amigo. Pareció dudar.

―No es personal, Robert, ya te lo dije. En los negocios hay que tomar decisiones… y no mirar atrás ―dijo Davenport, al tiempo que la expresión dura e indiferente volvía a dominar su rostro.

―Todo esto parece ser un juego para ti y no lo es. ¡Maldita sea, Hunter, es mi vida, el trabajo al que he dedicado tantos años, es el futuro de mi familia! —gritó Robert, poniéndose de pie y dando un manotazo al lujoso escritorio de roble.

—Por supuesto que es un juego —respondió Hunter sin inmutarse— y el juego se acabó. Y yo gané. Ahora, haz el favor de retirarte. Tengo mucho trabajo y tú también. Tienes mucho en que pensar. Por ejemplo, a qué te vas a dedicar ahora. Porque el mundo de la publicidad está cerrado para ti.

—Esto no se va a quedar así —dijo Robert casi en un susurro, con el rostro pálido y desencajado, apuntando a Hunter con un dedo tembloroso y acusador.

—Como quieras, pero no digas que no te advertí. Y por cierto, dale mis saludos a Silvia. Cierra la puerta al salir.

***

—Esa misma tarde, tu padre me contó todo. Y un par de días después… se quitó la vida ―dijo Silvia, terminando su relato, con un hilo de voz.

El dolor de los recuerdos era palpable en su mirada, que estaba perdida en el ayer. Valeria se había puesto de pie y no paraba de caminar de un lado a otro por la habitación. La sorpresa de la revelación y la furia que trataba de contener, le hacían difícil respirar.

—Voy a hacer pagar a ese desgraciado. Te juro que lo voy a hacer.

Frase 2 de No soy un ángel

—Eso no va a ser posible, hija. Hunter murió hace un par de años, tengo entendido que sufrió un infarto.

—¿Qué? No puede ser, no es justo. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Ahora que sé que mi padre fue la víctima inocente de la maldad de ese hombre, que nuestra vida sería muy distinta si no fuera por él, que mi padre estaría vivo, con nosotras? ―La desesperación teñía sus palabras.

—Val, no te estoy contando esto para que hagas algo al respecto. Sólo para que lo sepas, para que tengas un buen recuerdo del hombre que realmente fue tu padre. Mereces saber la verdad.

—¿Y por qué me lo dices hasta ahora? ¿Por qué no me diste la oportunidad de enfrentar a ese tipo? ¿De hacerle pagar de alguna forma?

—Precisamente por eso. Para evitar que desgastaras tu vida en venganzas, que sólo te llenarían de amargura.

—¿Y qué crees que estoy sintiendo ahora? ¿Alegría? —Sus ojos color ámbar centelleaban y los nudillos de sus manos estaban blancos, de tanto apretar los puños.

―Entiéndeme, hija, no tenía caso que lo supieras antes. Nada de lo que hicieras nos devolvería a tu padre.

―Pero al menos hubiera podido encontrar la manera de hacerle justicia, mamá. ―Respiró profundamente otra vez, y se sentó al lado de su madre—. No sé… no sé qué voy a hacer.

—Ese hombre está muerto, Val. Seguramente en donde esté, ya está pagando lo que hizo en vida.

—Por favor, mamá, sabes bien que yo no creo en esas cosas. El único infierno que existe es el que nosotros mismos creamos, aquí, en la Tierra. El que construimos día a día, con nuestros actos más bajos. El que creó Hunter, y al que nos condenó a ti, a mi padre y a mí.

Silvia suspiró, cansada, y no dijo más. Sabía que tenía que darle tiempo a Valeria para que asimilara las cosas, para que se sosegara y finalmente, siguiera adelante con su vida, aunque ella ya no estuviera a su lado. Confiaba en que pronto se resignaría y dejaría el pasado atrás. Pero se equivocaba.

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